Trastornos mentales banalizados II
Depresión, ansiedad…
Depresión, ansiedad…
La ayuda de un psicólogo/a está siendo más valorada que nunca. La sociedad se está dando cuenta de la necesidad de una adecuada Salud Mental y en ella jugamos un papel muy importante.
Uno de los indicadores que nos muestra que la sociedad se está preocupando más por la Salud Mental es que muchos términos se están generalizando y siendo conocidos por mucha más gente. El problema puede comenzar cuando estos términos se oyen, pero no se comprenden adecuadamente y se “asimilan” a sucesos y estados que no tienen la categoría de Trastorno de la Salud Mental.
Cuando esto sucede se tienen 2 problemas, por una parte, la banalización del trastorno, ya que podemos caer en la simplificación y minimización del malestar que genera en la persona que realmente lo padece. Por otra parte, en ocasiones se utiliza como exageración o situación dramática, y esto conlleva la estigmatización de quienes sí sufren ese trastorno.
Pongamos el ejemplo de que alguien está triste por un suceso desagradable y se pone la etiqueta de “deprimido” o cuando una persona sufre un cambio de humor y se le pone la etiqueta de “Bipolar”. No es justo ni para estas personas ni para aquellas que realmente cumplen con los criterios clínicos para ser diagnosticados.
Por todo ello, queríamos hacer un repaso de los principales trastornos mentales que acaban siendo banalizados y tergiversados para que podamos comprenderlos un poco más.
La tristeza es una emoción que, aunque es natural y tiene una función adaptativa, nos es desagradable y queremos evitarla. Esta tendencia a evitar
Las emociones “negativas” nos hace no estar acostumbrados y, por ello, muchas veces las amplificamos sintiéndolas como más graves o intensas de lo que realmente son. La tristeza puede venir de muchos ámbitos y manifestarse de diferente forma, pero es importante saber diferenciarla de lo que llamamos depresión. La tristeza es mucho más localizada, normalmente identificamos el foco y origen, la depresión puede tener un detonador, pero acaba evolucionando en lo que conocemos como la “triada cognitiva de la depresión”, visión negativa de mí mismo/a, del entorno y del futuro. La depresión puede llevar a abandonar incluso las tareas que antes nos eran más satisfactorias por falta de esperanza de que ahora las vayamos a disfrutar, y también al abandono de las tareas más básicas como higiene, alimentación, cuidado por dejar de “verles el sentido”.
La ansiedad es uno de los trastornos que más nos solemos autodiagnosticar.
Es cierto que es un trastorno que es fácil catalogarnos porque todos estamos sometidos en algún momento a una situación que nos supone un reto o que nos hace sentir sobrepasados, pero la ansiedad va más allá. Nuestro cuerpo está diseñado para esforzarse al máximo en un momento puntual y luego volver a un estado más relajado, cuando este ciclo natural no se cumple, nos mantenemos siempre alerta “preparados para actuar” física o mentalmente y no somos capaces de relajarnos, es cuando surge realmente el problema que podremos catalogar como ansiedad.
Muy relacionado con la ansiedad están los trastornos de pánico y estos han visto un extendido en los últimos años.
Actualmente mucha gente ya sabría nombrar alguno de los síntomas que caracterizan los ataques de pánico, pero no es lo mismo sufrir un ataque de pánico aislado que un trastorno de pánico y esta diferencia es importante.
Un ataque de pánico aislado puede conllevar la aparición de un miedo o malestar intenso seguido de palpitaciones, sudoración, temblores o entumecimiento, sensación de ahogo y mareo, opresión en el pecho, escalofríos o calor, miedo a morir o a volverse loco …
Para catalogar un ataque de pánico como tal tendremos que sufrir cuatro o más de los síntomas anteriormente descritos a la vez y si a esto le sumamos una continuidad de ataques de pánico de manera imprevista y con al menos una duración de 1 mes o más acompañado de preocupación por la aparición o consecuencias de los ataques de pánico es cuando ya podremos catalogar de Trastorno de pánico.
El TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) es uno de los trastornos que más se han integrado en el lenguaje coloquial. En muchas ocasiones se muestra como llamativo, en ocasiones despectivo e incluso cómico. El TOC se caracteriza por la aparición de ideas, imágenes o impulsos (Obsesiones) que generan malestar o ansiedad a la persona y que para evitarlas o controlarlas realiza ciertas conductas, visibles o mentales (Compulsiones).
En muchos casos esas conductas no tienen ninguna capacidad real para evitar o neutralizar la obsesión o claramente son excesivas (por ejemplo, cerrar tres veces un cajón para asegurarse de que está cerrado). En estos casos se da lo que se conoce como conductas ritualistas que se acompañan de un pensamiento mágico que les da cierta sensación de control sobre esas obsesiones.
Es cierto que hay TOC con relación a la higiene o al orden, pero ello no tiene que llevarnos a pensar que cuando se realiza una conducta aislada de limpieza “extrema” quiera decir que esa persona tenga este tipo de trastorno.
El trastorno bipolar es uno de los trastornos más incomprendidos. Cuando una persona sufre algún cambio de humor repentino se le “acusa” de bipolar. Más allá de la banalización y estigmatización que ya hemos comentado, tenemos que tener claro que es un concepto bastante alejado del trastorno real.
El trastorno bipolar es aquel en el que la persona ha experimentado una fase de manía (una euforia excesiva en la que no necesita dormir, tiene mucha energía, exceso de autoestima y confianza, pensamientos grandilocuentes y acelerados que suele conllevar conductas temerarias y perjudiciales para sí mismo o su entorno…) y alguna fase de depresión mayor (no necesaria para el trastorno bipolar tipo 1). También es posible que existan episodios de hipomanía (no llega al nivel de “euforia” de la manía).
Por todo lo comentado, no tenemos que considerar que un cambio abrupto de humor o cierta labilidad emocional impliquen que la persona tenga un trastorno bipolar.
Que conozcamos ciertos términos de Salud Mental no puede hacernos creer que somos expertos en la materia y diagnosticar trastornos mentales o autodiagnosticarnos con ellos. Siempre debe de ser un psicólogo experto el que diagnostique adecuadamente a la persona.
Hemos hecho una diferenciación de los términos que más se suelen malinterpretar y usar erróneamente, pero con ello no queremos decir que porque no entre dentro de la “etiqueta” no implique que no se necesite ayuda. Una persona puede acudir a terapia porque está triste o nerviosa sin padecer depresión ni ansiedad, simplemente buscamos que seamos conscientes del poder de las palabras para que las utilicemos correctamente y con ello salgamos todos beneficiados.
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